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Me llamo Efua y vivo en Somalia
De la novela "El diario violeta de Carlota" de Gemma Lienas
Yolanda JB - http://www.educarueca.org / Martes 8 de febrero de 2022
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Hola:

Me llamo Efua y vivo en Somalia, en África. Hoy es mi cumpleaños: cumplo seis y estoy triste porque me gustaría no tener que crecer nunca, nunca. Tener seis años para siempre, para toda la vida... Éste es mi único deseo.

Pero es un sueño imposible, lo sé. Y por eso, dentro de un año, cuando cumpla siete, me van a hacer la ablación.* A lo mejor, tú ni siquiera has oído hablar de esto, ¿verdad? ¡Qué suerte tienes! Quiere decir que vives en un país en el que no se mutila a las niñas. En el mío, como en muchos otros de África o de Asia, por culpa de la tradición, a las niñas, antes de que entremos en la pubertad, nos cortan el clítoris.

Aunque yo no he pasado por esa experiencia, sé que es horrible. El año pasado oí los chillidos de mi hermana Rosalie cuando se lo hacían. Después, me explicó que había luchado como una fiera para que no pudieran cortárselo. Finalmente, habían tenido que sujetarla entre siete mujeres para conseguirlo. De noche fui a verla y no hacía más que llorar y sangrar. Continuó sangrando durante muchos días. Yo temía que se muriera. Algunas niñas se mueren por culpa de la hemorragia o por las infecciones.

Rosalie no se murió. Ahora ya hace meses que se lo hicieron, pero aún no tiene la herida bien cerrada. Se ve obligada a caminar con las piernas abiertas porque le duele. Además, cada vez que hace pipí, le escuece muchísimo y llora aunque quiera aguantarse las lágrimas.

Mi prima, Zenebú, que tiene quince años, dice que hacer pipí es doloroso, pero mucho más lo es cuando te tienes que meter en la cama con un hombre para tener relaciones sexuales. Ella lo sabe porque cuando tenía doce años, Getu, un hombre de treinta y dos años del pueblo, la raptó porque quería convertirla en su mujer...

¡Vaya!, en la segunda mujer, porque, de hecho, ya tenía una, pero se ve que no le gustaba. Abandonó a su primera mujer y negoció con los padres de Zenebú para casarse con ella. Aunque ella no quería, los padres accedieron; la opinión de Zenebú no contaba. A partir de aquella noche, Getu se mete en la cama con ella. Dice que, por culpa de la ablación, las relaciones sexuales son muy dolorosas. Además, también duele en el momento del parto. Zenebú lo sabe porque ya tiene un hijo de un año y está esperando otro.

Le he preguntado a mi madre por qué tienen que hacerme la ablación. Mamá dice que es la costumbre de nuestro país. Me consuela contándome que hay países donde es peor, porque a las chicas, además de cortarles el clítoris, les cortan los labios de la vulva y les cosen la vagina. Sólo las descosen cuando es hora de casarlas; si no, sería imposible que tuvieran sexo con el marido.

Yo sé que mamá me lo cuenta para quitarme el miedo. Pero no lo consigue. Tengo tanto... Tengo miedo de las manos de la mujer encargada de cortarme los órganos sexuales. Tengo miedo de pensar en sus manos sosteniendo una navaja. Miedo de pensar en el momento en que colocará la navaja entre mis piernas y, ¡zas!, me arrancará un trozo de carne. De mi carne. ¡Mía y de nadie más! Miedo del dolor que voy a sentir el resto de mi vida. Y miedo de morirme de la hemorragia y de una infección.

Me gustaría ser pequeña para siempre jamás.

Efua

. . . .

Y su abuela le dice que la pobre todavía no sabe, porque nadie se lo ha explicado, que además de todas estas calamidades va a tener que soportar otra a lo largo de su vida: no poder sentir placer durante las relaciones sexuales. Y ésa es otra estafa que sólo sufren las mujeres.

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