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Película - LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS
Yolanda jb / Miércoles 7 de junio de 2006
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Ganadora del premio Oscar al mejor largometraje documental, película extranjera más exitosa en la historia de los Estados Unidos, el film francés "La marcha de los pingüinos" tiene todo para ser aquí -al igual que en el resto del mundo- una atracción de multitudes.

Con un nivel de producción, un desarrollo narrativo y una capacidad emotiva que superan ampliamente la media de los habituales emprendimientos de Animal Planet y de National Geographic, "La marcha de los pingüinos" parece una película con toda la carga sentimental y la llegada familiar de los productos concebidos por el estudio Disney. Hay aquí padres capaces de realizar cualquier sacrificio por el bien de sus hijos, hay grandes historias de amor con danzas de seducción y encuentros románticos, hay aventuras de tono épico (los pingüinos marchando en fila entre los glaciares durante más de 100 kilómetros o resistiendo unidos tormentas de nieve con temperaturas de 70 grados bajo cero y vientos de más de 150 kilómetros por hora), hay villanos de fuste (un leopardo de mar que se devora a una madre o unas aves gigantes que atacan a las crías) y, claro, un final feliz con las supervivencia de los más aptos tras un invierno que dura nueve meses.

Si las imágenes en pantalla ancha tomadas en súper 16 milímetros durante 13 meses en la Antártida son espectaculares en sus tomas panorámicas y cautivantes en los detalles de sus minuciosos primeros planos, si el trabajo fotográfico es de una belleza arrasadora, si la edición le da sentido y genera identificación con este conmovedor ciclo de vida, la contrapartida negativa de este film de Jacquet es el uso exagerado, supuestamente lírico, subrayado y agotador del relato en off.

Mientras en la versión francesa fueron cotizados actores como Charles Berling y Romane Bohringer los encargados de prestar sus voces para interpretar a los principales personajes con frases siempre ampulosas y recargadas, en la versión en castellano esa misión queda en manos de intérpretes sin grandes luces y acentos que generan más distancia e irritación que empatía. Seguramente hubiese sido mejor imitar a la versión norteamericana, donde este imposible off subjetivo fue reemplazado por una narración convencional a cargo del gran Morgan Freeman.

Más allá de las heridas que semejante off seudopoético le inflige al film, los verdaderos ganadores de este documental de Jacquet son los propios pingüinos, que por momentos parecen herederos de los mejores cómicos del cine mudo y, en otros, modelos por imitar en cualquier causa humanitaria por su arrojo, su devoción, su nobleza y su valentía. Sus experiencias de vida, tan bien retratadas por el documental a gran escala, son tan atractivas, tan subyugantes, que ninguna voz humana -ni siquiera las grandilocuentes frases que aquí se escuchan- está en condiciones de arruinar.

Diego Batlle (La Nación)

FUENTE: http://www.fotograma.com

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