::: Dinámicas para tutoría :::
A por la memoria: Los hijos de la hermana Fili.
Libro: De la República y la Guerra -Autora: Luz González
Yolanda JB - http://www.educarueca.org / Miércoles 4 de junio de 2014
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22. LOS HIJOS DE LA HERMANA FILI

La hermana Fili era la partera del pueblo, la heredera del saber antiguo que se transmitía de mujer a mujer desde los tiempos más remotos. La veíamos al anochecer sentada al fresco, o caminando diligente, a cualquier hora del día o de la noche, hacia la casa donde hubiera una parturienta a punto de dar a la luz. Nunca la oímos quejare. A nadie le hablaba de su desgracia. Ni siquiera cuando una vez que entramos en su pequeña casa para guarecernos de la lluvia vimos aquellos dos grandes retratos que tenía colgados en su cuarto, uno junto al otro, ocupando toda la pared. Ninguna de nosotras se atrevió a preguntar quiénes eran aquellos dos muchachos que miraban de frente al lado del crucifijo que presidía la cama. Alguien dijo que estaban muertos, no sabía nada más. Permanecimos calladas hasta que dejó de llover y volvimos a salir a jugar a la calle. Aquellas fotos se nos olvidaron.

Sin embargo, cuando hace unos años supe lo que le había ocurrido a esos dos chicos, la figura de su madre cobró una dimensión nueva. Había pasado mucho tiempo. La gente de mi edad tardamos mucho en conocer su desgracia. La historia de esos años, todo lo que había ocurrido en el pueblo durante la guerra, se estaba olvidando o, quizá sin mala intención, se tergiversaba para hacerla más amable, para no hurgar en las heridas, Fue cuando empezó a hablarse de recuperar la memoria, y de la necesidad de una Ley de Recuperación de Memoria Histórica en la vida política, que se supo de aquellas muertes. Empezó a hablarse de ella en los telediarios, pero en el pueblo tardamos un poco más, hasta que llegó la exhumación de los restos de prisioneros del monasterio de Uclés. Allí habían muerto hombres de Villaescusa. Algunos cadáveres habían sido152 reclamados por sus familiares y recibido cristiana sepultura, otros esperaban aún a ser desenterrados. Hay gente en contra de esta recuperación de la memoria. Mejor olvidar, dicen. Hacer borrón y cuenta nueva. No remover las heridas, no hurgar en ellas para que no duelan. Sin embargo, muchas otras personas pensamos lo contrario: que las heridas no se curan ignorándolas sino reconociéndolas y destapándolas para poderlas curar. A mí me duele el recuerdo de la hermana Fili. Pero es un dolor dulce. Pienso en ella y siento una infinita compasión por el dolor que debió sentir. La recuerdo sentada en su puerta en silencio o caminando sola por la calle, ágil, vestida de negro y llevando por los hombros una toca negra de lana. Era pequeña y delgada, aunque la falda larga, de vuelo, hacía que abultase. Tenía la cara llena de arrugas y el pelo gris, casi blanco, recogido atrás en un moño. Cuando yo llegué al mundo ya se le debían haber secado las lágrimas, las chicas del pueblo no la vimos nunca llorar. Aún puedo oír su voz. Era suave, dulce y humilde, pero de una gran firmeza. La imagino diciendo a la gente que iba a llamar a su puerta: “Ahora mismo voy, que pongan el agua a calentar”. La imagino también, sacando de su faldiquera las tijeras para cortar el cordón umbilical que nos unía a nuestras madres. La veo como si fuera ayer mirándonos a todas por la calle como su obra, las vidas que ella había ayudado a traer al mundo. Nunca la oí quejarse. Tampoco reírse. Casi siempre estaba en silencio. Desde que me dijeron lo de sus hijos, empecé a asociar su imagen con la de la virgen de la Soledad que sale todos los años en las procesiones de Semana Santa. Las dos de luto paseando en silencio la tragedia del asesinato de sus hijos, víctimas del odio de los 153 hombres, sin más delito que pretender que se hiciera justicia en este mundo y hubiera pan para todos. También, cuando pienso en la hermana Fili, me viene el recuerdo de la Piedad de Miguel Ángel, esa virgen sentada con el cadáver de su hijo en su regazo. A ella se le negó hasta ese último consuelo de abrazar a sus muertos y enterrarlos. Sus cadáveres yacen en algún lugar de la funesta geografía de fosas comunes de la última guerra.



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