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EN LA RIBERA DEL OKA
Yolanda jb / Martes 13 de diciembre de 2005
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EN LA RIBERA DEL OKA

En la ribera del río Oka vivían felices numerosos campesinos; la tierra no era fértil, pero labrada con esmero producía lo necesario para vivir con tranquilidad y poder guardar algo de reserva.

Iván, uno de los labradores, tenía una hermosísima pareja de froilanes, una especie de dragones pequeños muy violentos para que cuidaran de su casa. Los froilanes al poco tiempo se hicieron conocidos por todos los campos del Oka por sus continuas correrías, en las que ocasionaban destrozos en los sembrados: las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados.

Nicolai, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de froilanes para que defendieran su casa, sus campos y sus tierras.

Pero, a la vez que cada campesino, para estar mejor defendido, auemntaba el número de froilanes, estos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a sus cuidados.

Al principio, los nuevos guardianes rieron con los antiguos, pero al pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correfías.

Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se hicieron también con más froilanes y así, al cabo de pocos años cada labrador era dueño de una jauría de 10 ó 15 froilanes.

Cuando oscurecía, al más leve ruido, los froilanes corrián furiosos y armaban tal escándalo que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa.

Los amos asustados cerraban bien sus puertas y decían:
- ¡Dios mío! ¿Qué sería de nosostros sin estos valientes froilanes que tan cuidadosamente cuidan de nuestra casa?

Entre tanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños cubiertos de harapos, padecían de frio y hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia.

Un día se quejaban de su suerte delante del hombre más viejo y más sabio de la aldea, y como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:

- La culpa la tenéis vosotros. Os lamentáis que en vuestra casa falta pan para vuestros hijos y veo que natenéis a docenas de froilanes.

- Son los defensores de nuestros hijos.

- ¿Los defensores? ¿De quién os defienden?

- Señor, si no fuera por ellos, los froilanes extraños acabarían con nuestro ganado y hasta con nosotros mismos.

- ¡Ciegos!- , les contestó el anciano. ¿No comprendéis que los froilanes os defienden a cada uno de vosotros de los froilanes de los demás y que si nos los tuviérais no necesitaríais defenseores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los froilanes y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares.

Y siguiendo el consejo del anciano se deshicieron de sus defensores y un año más tarde sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones, y en el rostro de los hijos sonreía la salud y la prosperidad.

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